No puedo dejar de leer Facebook. Y no puedo dejar de leer lo que la gente escribe sobre las elecciones. Más partidistas, menos partidistas. Y lo que más me llama la atención de lo que escriben (o lo que más resuena en mí), va más allá de las ideologías. Leo sobre ganas de recuperar otros tiempos. Tiempos donde diferencias más, diferencias menos, todos querían lo mismo para el país. Tiempos con menos discusiones, con menos enfrentamiento, pero con más ideas y más alegría. Y cuando veo lo que escriben, siento una puntada fuerte, ahí en el esternón. Una de esas puntadas que te saca el aire y a veces, hasta una lágrima o dos. Es inevitable: me duele mi país.
Hace más de tres años y medio me fui. Visito cada vez que puedo, sí. Más que la media de los expatriados podría decir. Estuve dos veces este año: visité amigos, caminés sus calles, comí empanadas, empanadas, y más empanadas. Salí de copas, me emborraché, y me desperté con fuertes resacas. Me subí al avión de vuelta con miles de abrazos, con lágrimas, con cajas de alfajores y con dos o tres kilos de más (y no en el equipaje, claro). Me volví con ganas de quedarme por mis viejos y por mi hermano. Me volví con ganas de estar más cerca de Buenos Aires. En este planeta no hay lugar más lejos de Buenos Aires que Tokio. Como siempre digo, ir más allá de Tokyo sería estar más cerca (el planeta es redondo, a ver si la cazan). Para ir más lejos, tendría que ir a la luna.
Y me subo al avión con lágrimas en los ojos, ya extrañando desde Ezeiza mismo. Un tipo grande, un señor de 40 años, llorando. Qué barbaridad. Pero sí, no lo puedo evitar. Son más de tres años y medio que pesan, una mochila grande bien grande en las espaldas que me es difícil dejar. Una mochila que carga con mucho. Con tres años y medio de alegrías y maravillas, pero también de dolores, de pérdidas, de tristeza, de enojos y frustraciones. Tres años y medio de dudas, de muchos ‘qué hubiera pasado si’, de no saber qué hacer o cómo seguir. De mirar hacia adelante sin respuestas. Y pesa la mochila. Vaya que pesa. Todas las vidas parecen de fantasía cuando uno las mira en Facebook desde lejos, pero no. Uno podría mirar mi cuenta de Instagram y fantasear, envidiar en incluso insultar (¿de qué se queja este gordo boludo?). Pero la que se ve ahí no es mi vida. Mi vida es otra. Mis redes sociales no son más que otro medio que yo, como publicitario, uso para hacer mi propia publicidad. Y como siempre en publicidad (si lo sabré yo), sólo mostramos lo bueno.
‘¿Por qué no volvés?’ es la pregunta que siempre recibo. ‘¿No extrañas Argentina? ¿No extrañas Buenos Aires?’ No. Extraño recuerdos, extraño sensaciones, pero no extraño mi país. Y me duele no extrañarlo. Al vivir afuera, argentina se ha convertido un país que miro desde lejos, que observo a la distancia. Mi país es la suma de todo lo que leo sobre él, todo lo que me dicen y todo lo que me cuentan. Un país que supo ser el granero del mundo y, si de continuar la metáfora de trata, los chanchos se han comido todo y lo único que han dejado como recuerdo de tanta abundancia es la mierda que sobreviene a la digestión. Cada vez que me preguntan cómo la veo a Buenos Aires respondo lo mismo: mejor y peor. Sí, la veo un poco mejor que cuando me fui. Un poco más linda, un poco más moderna. Pero la comparación con la actualidad que vivo día a día me hace verla peor. Sí, sonará snob, pero ver la calle llena de papeles, las veredas rotas, los autos abandonados, el quilombo del tránsito, la falta de respeto, el olor a basura, el ruido y el mal humor, me hacen verla peor. Debo admitir, la primera vez que pisé Buenos Aires después de vivir en Tokio, me hizo acordar a Bangkok. La París de Sudamérica me recordaba muchísimo más a la capital del tercermundismo asiático que a una capital europea. Incluso peor. Por lo menos en Bangkok, la gente es siempre amable y te sonríe. Siempre.
Cada vez que digo que ya cumplí mi ciclo en Tokio, la gente me pregunta siempre lo mismo: si vuelvo a Buenos Aires. Y les devuelvo siempre la misma pregunta: ¿a qué? Y no importa cuán grandes sean las ganas de irme a la mierda de esta tierra del sol naciente, la respuesta sigue siendo no. He tenido muchas veces la misma charla con amigos japoneses que han vivido en otras partes del mundo y han vuelto. Ellos no se hallan* en este lugar, ya no entienden sus reglas y sus restricciones y también sienten la necesidad de partir. Y los aliento a hacerlo, a salir, a recorrer el mundo, a vivir en otros lugares, en otros países y ciudades. Y ante sus miedos a fracasar siempre les digo: tu plan B, es Tokio. En el peor de los casos, tu plan B siempre es vivir en Japón. Yo no tengo esa suerte. Mi plan B es Argentina. Y eso lo convierte automáticamente en un plan C. Hasta D te diría. ¿En qué países elegirían vivir si pudieran? ¿Qué lugar ocuparía argentina en esa lista? Todos los días veo amigos emigrar. Será por la profesión, que se yo. Los creativos argentinos son admirados en el mundo y les resulta más fácil irse. Y se van. A Colombia, a México, a Estados Unidos, a Inglaterra, a España, a Francia, a Singapur, a Hong Kong, a Japón. Se van, todos se van.
A mí me gustaba mi país. Cada vez que tuve la suerte de viajar y conocer las grandes ciudades del mundo, al volver la argentina me gustaba más. Hoy, todavía, cada vez que hay un comercial para filmar, recomiendo Argentina. Si tenemos todo! Tenemos una ciudad que parece europea, tenemos pueblitos de cuento, tenemos playa, tenemos montaña, tenemos bosque, tenemos campo, tenemos ríos, tenemos nieve, tenemos glaciares, tenemos salares, tenemos los cuatro climas, tenemos los mejores vinos del mundo, las minas y el dulce de leche. Tenemos todo. Les muestro fotos, les muestro videos. Les muestro el comercial de los bebés de Evian que filmaron en Diagonal. Les muestro el video de Mallman en Netflix. Perdón, debo corregirme. Me gusta mi país, claro que me gusta. Lo que no me gusta es lo que hicieron con él. Lo que hicieron con aquel granero. Yo no fui. Mis viejos tampoco. No sé quién fue. Si Perón, si los milicos, si Alfonsín, Menem, De La Rúa o Cristina. No sé, y la verdad, no me importa. La verdad, me chupa ciento cincuenta mil millones de huevos. Lo único que me importa es que lo arreglen. Lo único que me importa es poder dejar de contestar ‘tal vez en 10 años si la cosa mejora’ cada vez que me preguntan si algún día volvería a la argentina.
Escribo esto un domingo a la mañana de Tokio. Esta noche, en argentina se vota. No sé a quién van a votar. Yo no sé a quién votaría. No vivo ahí, nunca entendí demasiado de política, y la verdad, por más triste que suene, ni me importa. Más de uno podrá decirme ‘si no te importa calláte, boludo’. Y no sin razón. O ‘si tanto te quejás vení y hacé algo’. Vale también. Puede ser que lo mío sea muy egoísta. Que pido por algo y sin embargo no hago nada para merecerlo. Una vez más, están en su derecho. Pero no les pido por mí. Yo hace más de tres años decidí que no iba a hacer nada por mi país y me fuí a hacer mi vida a otro lado, a ganarme el pan (o el arroz) a otro lado, y a pagar impuestos en otro lado donde sintiera que esa guita servía para algo. Por eso no les pido nada para mí. Pero sí les pido para mis viejos, para mi hermano, para mi familia y para mis amigos. Voten a quien sienten que va a cambiar este país. A quien pueda torcer el rumbo. Admitámoslo. El país necesita un cambio. Dejemos de lado los partidismos, las ideas políticas, las disputas. Pónganse una mano en el corazón, miren al país que tenemos y sean honestos. Necesitamos un país mejor del que tenemos. Ojalá voten (o hayan votado) por eso. Y ojalá que el que haya ganado, lo logre. O al menos, empiece a mover la aguja, aunque sea un poquitito. Para que el vuelvo en diez años se transforme en ocho. Para que el plan C o D se transforme en B. Para que dejemos de ser el chiquero del mundo. Y para que de una vez por todas, la argentina empiece a volver a ser La Argentina.
Hola Gustavo,
Lograste poner en palabras muchos sentimientos de un modo muy claro. Viví 4 meses en Japón hace un tiempo y la vuelta fue dura, a pesar de extrañar como describís. No podía elegir quedarme porque era una beca con fecha de regreso. Finalmente emigré del interior a capital, siempre viendo Ezeiza con cariño. Era periodista antes de Cristina y desde hace unos años trabajo en publicidad porque fue el rubro que me abrió las puertas para, aunque sea un poco, poder despuntar el vicio de escribir y hacer volar la creatividad por algún lado.
Te agradezco el texto porque me da un poco de tranquilidad saber que en lo que siento no estoy solo. Tu nota no la encontré, me la compartió un amigo que sabe lo que pienso y con quien comparto muchas charlas sobre el futuro. También te han compartido en Facebook, red que abandoné por haberse vuelto todo blanco y negro. Tal vez si decido dejar de ver con cariño y mandarme a probar qué pasa más allá la vuelva a abrir.
Nada más que esto, gracias por compartirlo.
Abrazo
No había visto el título, igual, gracias por compartirlo, aunque no sean tus palabras.